Diario HOY Campanario continúa su nueva sección 'Personajes ilustres' en la que se pone en valor los grandes vecinos con los que ha contado la localidad a lo largo de su historia.
El objetivo es mostrar a las nuevas generaciones la riqueza histórica de su pueblo, muchas veces desconocida. (Primera entrega: Reyes Huertas)
En esta segunda entrega, el homenaje va dirigido al Padre Faustino Arévalo, uno de los eruditos de más alta talla de la localidad campanariense, donde nació en el año 1747.
Jesuita exiliado en Italia y excelso humanista y bibliógrafo, destacó en la historia de la cultura y literatura del siglo XVIII por desarrollar una notable labor de divulgación y estudio de la literatura cristiana hispana.
Posicionar a la Iglesia
Intentó posicionar en el mejor lugar a la Iglesia y las letras españolas, al tiempo que buscó el reconocimiento personal, las buenas relaciones con el Gobierno español y dar comienzo a su producción literaria, que llegó a crearle una sólida reputación de hombre sabio y virtuoso.
Editó y comentó los himnos de la liturgia hispana y las ediciones comentadas de los poetas latinocristianos Prudencio, Draconcio, Juvenco, Sedulio, así como de la obra de Isidoro. Con una aportación fundamental al desarrollo literario del Humanismo español del siglo XVIII, también llamado Neohumanismo.
Su biografía comenzó a ser conocida a partir de 1761, año en el que 'tomó los hábitos' de jesuita en el Colegio de la Compañía de Salamanca e ingresó en el Noviciado de Villagarcía de Campos, donde adquirió una exquisita formación como humanista (1761-1764), que luego se verá reflejada en sus obras. Pronunció los votos religiosos el 25 de septiembre de 1763, y en 1764 continuó su formación en el Escolasticado de Medina del Campo, donde estudió Filosofía y Teología.
Sin embargo, tras el decreto de expulsión de los jesuitas por Carlos III, fue desterrado a Italia en 1767.
Exilio en Italia
En Calvi (Córcega), el Padre Arévalo permaneció desde agosto de 1767 hasta octubre de 1768, bajo la dirección del padre Idiáquez. Pese a las condiciones precarias, pudo terminar sus estudios de Filosofía y comenzar los de Teología, y en 1772 se ordenó sacerdote e hizo la tercera probación poco antes de la supresión de la Compañía en agosto de 1773. Con la abolición de la Compañía, los jesuitas quedaron aislados.
Pero el Padre Arévalo despertó el interés del cardenal Lorenzana, quien terminaría siendo su mecenas, y a finales de 1780 se trasladó a Roma, donde trabajó en sus archivos y bibliotecas. Tras regresar a España en 1815, fue rector y maestro de novicios en Loyola.
Murió en Madrid en 1824 tras una larga trayectoria de vida y obras, muchas de ellas escritas durante su estancia en Roma.
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