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Manifestación en Cáceres por el cambio climático.
ANÁLISIS Y OPINIÓN

«A vueltas con el cambio climático»

Mis padres solían asomarse a la calle a través del postigo oteando el cielo para «ver cómo estaba la orilla»- bella expresión en desuso-. Espero y deseo que muchas otras generaciones puedan seguir haciéndolo en el futuro para poder admirar y comprender la belleza de la que, como una especie más, formamos parte y poder sentirse en total armonía con todo lo que nos rodea.

diego fernández gonzález

Jueves, 21 de noviembre 2019, 22:47

'A VUELTAS CON EL CAMBIO CLIMÁTICO'

Autor: Diego Fernández González. Maestro, pintor y poeta

A primeros de diciembre, esta vez en Madrid, se volverá a celebrar una nueva cumbre sobre el cambio climático. Será la XXV desde la I celebrada en Berlín en 1995, aunque ya precedieron a ésta otras cuatro más desde 1972. Desde entonces ha transcurrido casi medio siglo y, a pesar de numerosas adherencias, firmas, acuerdos y promesas- casi siempre incumplidas en gran medida-, la situación es cada vez más preocupante. Me pregunto si esas cumbres no estarán demasiado elevadas para que los poderes políticos y económicos no puedan ver, desde allí, lo que verdaderamente ocurre a ras de suelo.

Se nos recomienda continuamente llevar «hábitos de vida saludable» que, necesariamente pasan por respirar, beber y alimentarnos correctamente, mientras se fomenta un desarrollo económico salvaje y un consumismo desmesurado, sin saber, poder o querer controlar la tala y quema de bosques, las emisiones de dióxido de carbono, el uso de productos químicos y farmacéuticos en plantaciones agrícolas y granjas, los vertidos industriales a ríos y mares y un interminable etcétera que no cabría en este artículo… ¿Cómo es posible seguir hábitos de vida saludables con semejante panorama?

En mis años de infancia, cuando los niños salíamos a jugar a las afueras del pueblo, solíamos beber de cualquier arroyo o manantial de agua limpia que corriese, sin dudas ni preocupaciones, pero, en muy pocos años, hemos pasado de esto a no poder beber ni tan siquiera de los pozos y a contemplar nuestros campos regados de vidrios, plásticos, papeles y desechos de todo tipo. Observamos, con excesiva normalidad, desfilar ante nuestros ojos imágenes de ciudades enterradas en humo, ríos cubiertos de espuma y de peces muertos, mares repletos de plásticos y de basura, inundaciones y otras catástrofes «naturales» que cada vez son más frecuentes; olvidándonos de que antes que el ser humano está la Tierra y de la importancia que tiene para nosotros el saber convivir con ella.

Nos han ido acostumbrando y nos hemos ido dejando acostumbrar a ser voraces consumidores, amaestrados y descuidados usuarios del usar y tirar, seres acomodados y egoístas que, alegremente, pensamos sólo en el hoy y en el nosotros sin considerar que, antes que dinero o propiedades, la más

preciada herencia que podemos dejar a nuestras futuras generaciones es un planeta habitable.

El progreso y los descubrimientos científicos y tecnológicos nos han acercado numerosos avances que nos han ayudado a vivir más y mejor pero, también, considerables problemas a los que, en su momento, no hemos sabido enfrentarnos por no comenzar a racionalizarlos desde un principio. Desde los años setenta, coincidiendo con la preocupación científica sobre el impacto del progreso sobre la naturaleza, comenzó a hablarse sobre «desarrollo sostenible», pero siguió primando la voracidad de los intereses del poder y de los grandes beneficios económicos sobre todo lo demás y poco o nada se hizo por poner remedio a nuestros males.

Aunque la preocupación medioambiental no es nada nuevo, últimamente y después de estar varios años bastante silenciada, ha resurgido con fuerza entre los más jóvenes, sobre todo a partir del llamado «efecto Greta Thunberg». Sea muy bienvenida y ojalá no se convierta en una de tantas modas pasajeras, pero quisiera advertir que, necesariamente, en esta lucha, hay que comprometerse de verdad y ser capaz de asimilar muchas renuncias a lo que, por desgracia y no por culpa de ellos, nuestros jóvenes no están demasiado acostumbrados.

El consumismo desmedido y la comodidad extrema de nuestra «sociedad del bienestar» a la que nos hemos habituado en demasía choca frontalmente con la calidad del medio ambiente y, si queremos parar el cambio climático, todos y cada uno de nosotros tendremos que ir renunciando a bastantes comodidades y cambiar numerosas costumbres de las que hemos ido adquiriendo. Es necesario reducir gastos de agua y energía, consumir responsablemente, reciclar y reutilizar lo que se pueda, utilizar más el transporte público, cuidar la naturaleza y una larga lista de pequeñas cosas a las que todos podemos y debemos contribuir cada día.

Quizá no sea demasiado tarde pero no está muy lejos de serlo y, si estamos dispuestos a participar en esta lucha por la supervivencia y aunque también sea necesario, no basta con manifestarse, protestar y gritar contra los más poderosos sino que debemos asumir nuestra parte de culpa y comenzar a ser plenamente conscientes de que formamos parte de un todo y que si lo destruimos, como lo estamos haciendo, nos estamos destruyendo a nosotros mismos.

Mis padres solían asomarse a la calle a través del postigo oteando el cielo para «ver cómo estaba la orilla»- bella expresión en desuso-. Espero y deseo que muchas otras generaciones puedan seguir haciéndolo en el futuro para poder admirar y comprender la belleza de la que, como una especie más, formamos parte y poder sentirse en total armonía con todo lo que nos rodea.

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