
Alfonso Trajano (1895-1938) fue uno de los artistas extremeños más importantes de la primera mitad del siglo XX. Nacido en Mérida, vivió en Madrid y posteriormente en Don Benito y Villanueva de la Serena, donde adelantó una intensa actividad artística. Murió en confusas circunstancias en el paraje de La Milanera en Campanario en julio de 1938, cuando estaba a punto de caer la Bolsa de la Serena en manos de las fuerzas alzadas en armas contra la República.
Trajano no sólo destacó como agudo retratista y solvente fotógrafo, sino que sus incursiones en la pintura y el dibujo le abrieron un lugar preeminente en la plástica extremeña de los convulsos años de la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República.
La Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 fue el momento culminante de la expresión de la cultura extremeña de la época; y ahí estuvo Trajano con sus fotografías y pinturas. Pero antes ya había obtenido significativos reconocimientos como su participación en el V Salón Nacional de Humoristas de 1919, en el Salón de Otoño de Madrid de 1920, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1926, y en la Exposición de Dibujantes Españoles de Nueva York en 1927.
'El libro De luz y de sombra' (2021), de nuestra autoría, reclama su justo lugar en la historia cultural de Extremadura rescatando parte de su obra perdida; ahí se encuentran varias fotografías que el artista tomó de Campanario en 1929, que luego formaron parte de la muestra oficial de Extremadura en la Exposición Iberoamericana de Sevilla. También aparecen de Magacela, Don Benito, Guareña, Alange y Villanueva de la Serena.
De todos ellos escribió algunas notas periodísticas, al estilo de las estampas de Reyes Huertas y Valdés, que aparecieron en diversos periódicos regionales con el título de 'Estampas Extremeñas'. Uno de ellos se publicó el viernes 10 de mayo de 1929 en la página 5 de La Libertad de Badajoz, titulándolo El santuario de Piedraescrita. No es una prosa en exceso elaborada, pero sí descriptiva y con una contenida carga emotiva:
«La romería que el pueblo de Campanario celebra anualmente al santuario de Piedraescrita, la virgen Patrona, es una fiesta propicia a todas las sugerencias; una de las romerías de un típico sabor de las que en Extremadura se conservan; fiesta de bullicio, de color y movimiento, impregnada de la sana alegría de la fe, del contento y optimismo que bulle en el espíritu de este pueblo extremeño, cuando se trata de rendir culto a su Patrona.
Es tarde abrileña, de un sol picante y dorado, que hace vibrar el verde de los campos, y el tono bronceado de los barbechos. Los carros de los romeros van haciendo difíciles equilibrios por el camino tuerto y guijarroso, y parejas de mulos enjaezados sostienen cuerpos jóvenes de enamorados. Canciones que se pierden en lo alto, risas que se rizan en los canchales, bordoneo de guitarras y sonoras. Así avanza la muchedumbre, en una eclosión de alegría, de vida.
El santuario, que se presenta a los ojos como copo de nieve rosado de sol, ya está cerca. Los romeros van llegando y desparramándose por las vertientes de la ermita, las mujeres van a preocuparse de las sabrosas calderetas y de las ricas tortillas que han de dorar la lumbre y el sol. El santuario, con su pincelada blanca y resplandeciente entre el verdor de los campos, es gracioso en su línea y está rodeado por firmes columnas de granito.
Zumban las abejas en torno a sus panales, lame el sol las blancas paredes y al socuello de los bancos de piedra se sientan los enamorados, pasean las mozas entre risas y donaires, mientras tanto la Madrecita se dispone a salir de su camarín.
Los datos históricos que poseemos fijan la rústica construcción del santuario allá por el año 800, habiendo sido reformado, naturalmente, en el correr de los siglos. La imagen tiene su tradición, su historia embellecida por la leyenda popular. Cuando por el 700 los sarracenos invadieron estas tierras calientes, los cristianos, que ya adoraban en esta imagen, la ocultaron en la entraña de la tierra para evitar toda posible profanación.
Pasaron los años, medió el siglo XVIII, y es entonces cuando se aparece a un pastor, que la recoge amorosamente y la lleva al poblado donde habrá de venerarse./ Pero la imagen desaparece un día, y con el natural asombro es descubierta de nuevo donde apareció por primera vez./ La época de su antigüedad, por consiguiente, se remonta a doce siglos nada menos./ En la actualidad no puede admirarse en todo su sabor. En una de sus múltiples restauraciones fue renovada su cabeza por otra, que será bella si se quiere, pero que desentona con su cuerpo, con el labrado originalísimo de su túnica y su manto, que son, en resumidas cuentas, lo único que nos da mérito de su valor arqueológico. Pero ya ha surgido de la ermita la sagrada imagen, más descaracterizada aún, por coronas y ropajes.
El gentío se apretuja, la ola humana se balancea y surgen las apuestas por el honor de llevarla a hombros, entre viejos labradores, doncellas de negros ojos, fuertes mozancones... todo el pueblo, en fin, en pugna nobilísima... Y así como ya agoniza la tarde y el sol va hundiéndose tras el alto cordón de los pizarrales, así va también destiñéndose y esfumándose con las primeras sombras que avanzan esta bella estampa de Extremadura... Alfonso Trajano». Don Benito, 26 de abril de 1929.
El libro
'De luz y de sombra' reclama su justo lugar en la historia cultural de Extremadura, rescatando parte de su obra perdida. «Hace claridad sobre las circunstancias de su muerte y el contexto político que la provocó», explica el autor de las líneas anteriores, conocedor de la historia, ya que Alfonso Trajano era su abuelo materno.
El libro está dividido en tres partes, siendo la primera estrictamente biográfica y documental; la segunda es una contextualización histórica del personaje y su obra; y la tercera una caracterización de sus fotos.
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