Diego y Juanky Bolaños sanean a una oveja. S. GÓMEZ
Savia nueva para la ganadería en Campanario
RELEVO ·
En los últimos años ha aumentado el número de jóvenes dedicados al pastoreo en La Serena, garantizando así el futuro del sector. Un oficio que, mayoritariamente, se elige por vocación y tradición familiar.
Faltan todavía un par de horas para que se haga de día y en casa de los 'Mandanga' ya ha sonado el despertador. Alonso y sus hijos Diego y Juanky Bolaños se toman un desayuno rápido y a las seis de la mañana ya están respirando aire puro en medio del campo. Cuando llegan a la finca, ya les están esperando más de 3.000 ovejas merinas.
Ellos forman parte de una saga de pastores que se remonta varias generaciones atrás en Campanario. Y en una comarca, La Serena, donde pastan unas 400.000 cabezas de ganado ovino, en más de medio millar de explotaciones ganaderas. La media de edad de quienes se dedican a la cría y manejo del ganado ovino en extensivo roza los 50 años, sin embargo, en Campanario se rompe la tendencia.
«Mi padre es pastor, lo fue mi abuelo y también mi bisabuelo», dice orgulloso Juanky, que a sus 25 años lleva ya cerca de diez en el oficio. Siempre lo tuvo claro, «cuando terminé el colegio yo dije en mi casa que quería trabajar con el ganado, y cada vez estoy más convencido, ahora que ya sé verdaderamente lo que supone», asegura mientras echa una mirada al rebaño que se amontona para protegerse del frío en una mañana de niebla y heladas.
Ni el frío en invierno ni el calor en verano son pega alguna para un pastor por vocación como él, que con diez años estaba deseando que llegara el fin de semana para cambiar el colegio por otra escuela, de la del campo, «porque yo todo lo que he aprendido ha sido de mi familia», dice convencido.
Alonso conversa con sus hijos, Diego y Juanky.
S. GÓMEZ
Todo el ganado, la mayoría propio, lo tienen repartidos en las fincas Paredejas y La Delfilla, cerca de la ermita de La Antigua en La Haba, y en la Portugalesa próxima a Orellana. En esta última finca han comprado recientemente 400 cabezas de ganado que serán puestas a nombre de Diego, el pequeño de la casa con 21 años, e igualmente enamorado de su oficio de pastor.
En estos días, el trabajo es algo más intenso porque están pendientes de que empiecen a parir las primeras ovejas del año. Sin embargo, el domingo toca librar, al menos a Diego y Juanky, porque de atender al ganado también en días festivos se encarga el cabeza de familia.
En el caso de Diego, aunque en casa le animaron a estudiar, pronto vio que los libros no le gustaban y que donde en realidad tenía la cabeza era en el campo. En un principio, alternaba el cuidado del ganado con el trabajo en una charanga del pueblo, recorriendo toda Extremadura. «Con pena tuve que renunciar a ello porque, sobre todo en verano, era estar de fiesta en fiesta por los pueblos, y llegaba con el cuerpo como un Cristo», recuerda. Esa es la parte más negativa del oficio, que hay que renunciar a estar por ahí hasta tarde, dice, «y que no tenemos un horario fijo, para lo bueno y lo malo». Sin embargo, el hecho de trabajar los tres juntos facilita que cuando uno falta por algún motivo el resto cubre su trabajo.
Otra de sus quejas se refiere a que, aunque ahora hay más comodidades para cuidar al ganado, gracias a las cercas y los vallados, las cuentas hay veces que no salen. «Mi padre nos cuenta que él y mi abuelo tenían 1.200 ovejas con las que vivían las dos familias y les daba para contratar a un pastor que les ayudaba», en cambio, ahora, son necesarias al menos 1.500 cabezas para que pueda vivir de ello una sola persona, relata Diego.
Y eso que este año, la campaña de corderos en Navidad no ha ido tan mal como se preveía. Los borregos de 22 a 23 kilos se han vendido a unos 75 euros, «lo que pasa es que luego vas a la tienda y te cuestan cerca de 200 euros enteros, y con esas cifras hay algo que no va bien», cuenta. Y es que los intermediarios, dicen, son los que «más presa sacan y se llevan las ganancias».
Es casi la una del mediodía y con las ovejas atendidas toca descansar. Están a unos veinte kilómetros del pueblo y no compensa marcharse para volver por la tarde. Abren la nevera y comen en el cortijo. Les da tiempo a dar una cabezada al brasero o a enredar un rato con el móvil. Ahora no se dan mucho tiempo de descanso, explican, porque pronto comienza a oscurecer, por lo que para las seis dejan al ganado encerrado y vuelven a casa. Pronto volverá a sonar el despertador.
Mario Rodrígurez echa de comer a los borregos.
S. GÓMEZ
Mientras tanto, en la finca La Marina, Mario Rodríguez aparta a los borregos que tienen ya una semana, ya que su paridera es más temprana, y les da su ración de pienso diaria en el establo. Muchos de ellos son mellizos, cuenta con orgullo, «porque criamos más dobles que sencillos, ya que nuestro ganado come muy bien y está muy cuidado». Lo habitual es que cada oveja tenga solo una cría por parto.
Con 22 años podría decirse que este campanariense está empezando en el sector, ya que tras haber hecho el curso de incorporación a la empresa agraria, lleva un año y medio trabajando con el ganado. Sin embargo, tiene ya los conocimientos como si llevara toda la vida. En realidad, es así porque ha visto el manejo de las ovejas desde que nació, ya que su padre también es ganadero. Antes, estuvo en una empresa dedicada a la venta de piensos de cara al público, pero a él con quien de verdad le gustaba tratar era con los animales. «Entré de prueba en la finca donde trabaja mi padre y aquí me he quedado. Para qué aprender otro oficio si este me gusta», se justifica.
Mario y su padre, Gaspar, hacen recuento de las ovejas.
S. GÓMEZ
No en vano, dice contar con el mejor de los maestros, su padre, «con el que paso mucho tiempo y eso sirve no solo para aprender el oficio, sino también para poder disfrutar de él», cuenta. Gaspar es el progenitor, y no duda en mostrar su orgullo porque su hijo siga sus pasos «si es lo que a él le gusta», dice.
Ni Mario, Juanky o Diego han cursado estudios relacionados con la cría y el manejo del ganado ovino, ni tampoco han acudido a la Escuela de Pastores. Se trata de una iniciativa pública que ofrece formación a pastores jóvenes, para que sean capaces de desarrollar sus proyectos y de mantener, transmitir y enriquecer la actividad y sus servicios asociados.
Quien también tiene una larga andadura en esto del pastoreo es Miguel Ángel Jiménez. Y no solo porque con 27 años ya sabe que su futuro es, a elección propia, estar rodeado de ganado, sino porque son muchos los kilómetros recorridos como buen trashumante. Desde la finca El Monreal, cerca del embalse de La Serena, cada año trashuma con su rebaño de 800 merinas desde Extremadura hasta Santorcaz, en la Comunidad de Madrid. Su padre, Florencio, proviene de una familia de trashumantes de la provincia de Soria y dice: «Yo no quiero que esas tradiciones familiares se pierdan, por eso he tomado el relevo».
«Dinero no se gana para una vida de lujos, así es que el que se mete es esto no es por probar, es por gusto», dice este joven ganadero, que a la vez reconoce que ningún trabajo es perfecto «y este tampoco, por lo que si te organizas bien, hay muchas horas en el día y no te tienes que matar». Por eso no duda en afirmar que «no es el mejor trabajo del mundo, pero tampoco el peor».
Después de acabar 4º de la ESO comenzó en Don Benito un módulo de Administración en el que, literalmente, duró dos días. Al tercero ya no acudió a clase porque se dio cuenta de a lo que se quería dedicar. Fundamental en su decisión ha sido el apoyo de su pareja, que procede de familia ganadera, e incluso le echa una mano cuando hay mucha faena.
No obstante, tiene sus quejas por lo infravalorado que está el campo y por «lo rápido que la Administración cobra pero lo mucho que tarda en pagar», reflexiona. Y es que Miguel Ángel tiene claro que quien empieza en esto «o tiene ayuda de la familia o es imposible». Y es que se queja de los pagos fraccionados y de las subvenciones recortadas «que tardan en llegar, el dinero tiene que salir de tu bolsillo, y luego vienen varios pagos juntos con consecuencias para Hacienda». Por eso demanda un mayor apoyo para los jóvenes «como en otras comunidades», dice.
Manuel Cruces contempla cómo come su ganado.
S. GÓMEZ
Otro ejemplo de que el futuro ganadero está asegurado es Manuel Cruces, que tuvo claro desde pequeño su vocación. Y eso que le llamaba la atención la Informática. Precisamente, cursó un grado medio pero no le terminó de convencer lo de estar delante de un ordenador ocho horas.
Camino de cumplir sus 28 años, lleva tres años pastoreando en la Finca los Barrancos, donde cuida a más de 1.700 ovejas. «Tengo la mejor oficina del mundo, los mejores compañeros de trabajo y aquí no llega el coronavirus», dice entre risas mirando el increíble paisaje de la comarca de La Serena. En su oficio ha encontrado la felicidad, segura, «y si me tocara la lotería, me compraría una finca y ovejas propias para seguirlas cuidando», sentencia.
Todos ellos miran ahora con optimismo a la próxima campaña en Semana Santa. El campo finalmente se ha puesto bonito y parece que habrá pasto asegurado. Lo que no tienen seguro, es si también acompañarán las ventas por la pandemia. Vaya bien o vaya mal, no abandonarán un oficio para el que han nacido.
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