ANTONIO MIRANDA TRENADO
Sábado, 28 de diciembre 2024, 13:24
Las trágicas y penosas circunstancias que se han sufrido en varias zonas de nuestra geografía peninsular, sobre todo en la Comunidad Valenciana, como consecuencia de una DANA, (Depresión Aislada en Niveles Altos) han provocado no pocas especulaciones y teorías de todo tipo referentes al cambio climático, al movido carácter de la meteorología y a las distintas variables que en este tema se dan como viento, presión atmosférica, temperatura, lluvia, etc. Y todo ello porque 'el tiempo' siempre es una asignatura pendiente y ha jugado y juega un papel decisivo en la historia de la humanidad.
Desde los momentos más remotos la vida del hombre se ha visto condicionada, en la práctica totalidad de sus facetas, por ese fundamental y contundente factor del 'tiempo'. Las reacciones ante lo desconocido que viene del cielo como el ancestral miedo a las tormentas, la inoportunidad de la lluvia, el excesivo calor que arruina las cosechas, entre otros fenómenos atmosféricos, hacían que el hombre se preocupara en buscar una solución que, al entender que por sus propios medios no puede encontrar, porque transciende lo netamente humano, se refugia en la idea de que un poder mayor pueda venir en su ayuda. El sol, la luna y las estrellas que cierran la bóveda celeste, de dónde procede el bien o el mal, el premio o el castigo, se mitifican convirtiéndoles en dioses y son objeto de temor y adoración a la vez, porque la primitiva mente humana no distingue con claridad entre ambos conceptos.
Aparecen la magia, el hechizo y gran variedad de rituales que pueden llegar hasta la práctica del sacrificio de personas y animales cuando las decisiones divinas no son propicias, por lo que hay que contentarles y aplacar su ira. Se establece así una relación hombre-dios que se va fortaleciendo y generando nuevas formas de vida en consonancia con el interés o conveniencia humana más estimable. Uno de los ejemplos más expresivo nos lo ofrece el pueblo griego.
En la antigua Grecia, de la que decimos con certeza que fue la cuna -también Roma- de la civilización occidental, se habían dotado de una serie de deidades que componían la corte celestial con residencia en el monte Olimpo en donde vivían en suntuosos palacios de cristal. Eran inmortales y antropomorfos, que poseían aspecto y características humanas. Tenían sentimientos, pasiones y defectos y podían manejar a capricho el destino de los humanos y entrar en relaciones con ellos en torno a cualquier cuestión: amor, envidia, odio, venganza, etc. Cada dios o diosa destacaba por sus cualidades y protegía las actividades de los hombres ostentando el patronazgo o tutela de profesionales de todo tipo.
Todo ello integraba lo que podríamos llamar un 'entramado literario', que no formaba propiamente una religión, sino una colección de relatos y mitos donde encontramos como principales protagonistas a dioses y diosas que actúan y conviven con semidioses, héroes y mortales realizando hechos fabulosos de interés, tanto individual como colectivo, referidos a un pasado que de alguna manera proyecta su sombra sobre el presente. Se trata de lo que conocemos con el nombre de Mitología griega.
Formando parte de ese divino panteón se encontraba la diosa Deméter, la que enseñó el arte de la agricultura a los hombres, la que se preocupaba del cuidado y desarrollo de la naturaleza y de mantener 'el tiempo' favorable para obtener abundantes cosechas.
Cierto día, el dios del inframundo o reino de los muertos, Hades, raptó a la hija de Deméter, Perséfone, de quien estaba enamorado. Cuando su madre la echó de menos emprendió una errante búsqueda hasta que se enteró de la fechoría de Hades. Furiosa, le hizo saber a Zeus, el dios de mayor autoridad entre los demás y gobernador del universo, que si no se le entregaba a su hija condenaría a árboles y plantas para que no dieran sus frutos y volvería desértica a la tierra hasta poner en peligro de extinción a la raza humana. Creyendo Zeus que Deméter era capaz de llevar a cabo la maldición que anunciaba, trató con Hades el asunto con la astucia que se les supone a dos dioses, que además eran hermanos, y consiguió que devolviera Perséfone a su madre y permaneciera con ella durante nueve de los doce meses del año, y los otros tres los pasara junto a su celestial pareja como reina consorte del inframundo.
Dicen que fue éste el origen de las estaciones del año: en los tres meses del invierno durante los que la naturaleza se paraliza, Perséfone se encontraría en el reino de los muertos y en el momento de comenzar la primavera, cuando la tierra derrama su potencia fertilizadora haciendo que las semillas abran sus entrañas a la vida y el mundo vegetal se desarrolla, se trasladaría con su madre hasta que se terminara la recogida de los últimos frutos. De ahí que los agricultores griegos, que conocían la historia que, desde la antigüedad, se venía transmitiendo de generación en generación, mostraran su desconcierto cuando la actuación de Deméter, su diosa tutelar, permitía que sus cosechas se vieran mermadas al no facilitar 'el tiempo' propicio en el momento adecuado. Y, como quiera que ellos sabían que su hija estaba con ella en esa época, sospechaban que pudiera tener otros motivos para estar contrariada. Por eso, con el fin de obtener su beneficiosa ayuda, le formulaban peticiones en ceremoniosos rituales y ofrecían sacrificios en su honor.
Esas prácticas paganas, que tienen como causa 'el tiempo', van a influir cuando no a formar parte de los ritos que nacen en el seno del cristianismo porque su eclosión y primeros siglos de historia coinciden con la expansión y desarrollo de la cultura, a la que llamamos clásica y grecolatina, surgida del acercamiento de griegos y romanos, o, lo que es lo mismo, de la aproximación del helenismo y la romanización.
De esta manera, a la primitiva Iglesia cristiana le resultaba sumamente difícil y complicado convencer con su mensaje a aquellas sociedades agrícolas, cuyos miembros sobrevivían gracias 'al tiempo' favorable que su diosa les deparaba.
Así vemos cómo, desde los múltiples aspectos que consideramos necesarios para construir la Historia, el factor 'tiempo' destaca con su predominante presencia.
Igualmente podemos decir en nuestros días, en los que, además, a la hora de programar actividades de cualquier tipo, empresariales, lúdicas, económicas, etc. se ajustan a las previsiones meteorológicas para no correr ningún riesgo que merme su eficacia.
Para terminar, diremos que en el devenir histórico de los pueblos que han sufrido los efectos de esa DANA ya están impresas con letras de dolor las terribles consecuencias de un 'tiempo' extremadamente adverso que les ha mostrado su más funesta cara. Evitar este tipo de fenómenos naturales es imposible, pero sí se pueden adoptar remedios y medidas para reducir tanto daño. Ese es el objetivo a conseguir entre todos, ciudadanos e instituciones.
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