

fernando gallego gallardo
Viernes, 27 de julio 2018, 08:47
A pesar del intenso y prolongado calor y sequía que soportamos durante el largo verano de 2017, no hubo apenas alarma de incendios en el medio rural que abarca el término municipal de Campanario, a excepción de algún aislado rastrojo de impaciente propietario convencido que con esta medidla, al parecer errónea, favorece la futura cosecha.
La quema de los rastrojos ha sido desde tiempos antiguos una práctica frecuente para eliminar las malas hierbas y ciertas plagas.
En la actualidad el Instituto de Investigación Agraria ha demostrado, una vez realizados los oportunos trabajos de investigación, que la quema de la paja o rastrojo del cereal empobrece la calidad del suelo, reduce la materia orgánica, favorece la erosión además del riesgo de incendios, emisión de CO2 a la atmósfera y contaminación por humo y ceniza.
Es bien entrado el otoño cuando nos congratulamos por no haber sufrido la influencia destructora del fuego en nuestro territorio aun habiendo sido declarado el citado año por el Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente como el peor del decenio por el número de grandes incendios forestales a nivel nacional.
Presentes tenemos los incendios forestales del pasado año que devastaron miles de hectáreas y, lo peor de todo, se cobraron la vida de cuatro personas.
Provocar un incendio es un gesto irracional e inmoral. Por lo contrario, ante tal hecho brotan por todos lados los gestos de solidaridad, y además de los medios oficiales para sofocarlo, abunda el arrojo por parte de los vecinos aun poniendo en riesgo sus propias vidas. Campanario siempre ha demostrado gran solidaridad en la extinción de fuegos sin tener en cuenta la propiedad, la distancia del lugar, ni la hora del siniestro. Cuando la campana de la Casa Consistorial tocaba a fuego, los jóvenes y hombres del pueblo provistos de escobas de tamujos, palas, sacos de yute humedecidos, etc. acudían a la Plaza de España para obtener información del lugar donde se producía el incendio y trasladarse en los medios más rápidos para sofocarlo. En estos tiempos son los bomberos de la comarca los encargados de realizar este peligroso trabajo con los medios adecuados para estos menesteres.
Según los informes, las causas de los incendios son variadas. Entre el 55 y el 60 por ciento son intencionados por venganzas o piromanías. Por negligencias se estima que se producen entre el 20 y el 25 por ciento; los rayos causan entre el 4 y 5 por ciento, mientras que hay un porcentaje del 15 por ciento cuyas causas son desconocidas.
Unos incendios con unos efectos negativos a todas luces, pues ponen en riesgo la vida de las personas, dañan el suelo, afectan al clima y el aire que respiramos. Además, acaban con la vida de muchos animales, plantas y otros numerosos recursos naturales. Y erosionan el suelo y desertizan el paisaje.
Por ello, nunca está de más recordar las recomendaciones para evitar los incendios, como no arrojar cerillas ni colillas de cigarros al suelo. Y es que, además del peligro de incendio, es una acción carente de educación urbana y antiestética.
También no se deben abandonar botellas o cristales en el campo o no proceder al encendido de hogueras salvo en lugares indicados para ello.
Las abundantes lluvias primaverales de este año 2018 han desarrollado el crecimiento de la flora de nuestro término municipal de Campanario, que una vez seca es un escenario de riesgo para la propagación del fuego durante el verano con la dificultad que ello supondría en las labores de extinción.
No es deseable oír el sordo rugido de las llamas, ni observar las densas y elevadas columnas de humo, ni experimentar o comprobar el desánimo de los polvorientos bomberos o personal ocasional, impotentes ante el destructivo espectáculo asociado al calor veraniego fomentado por las llamas.
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