Borrar
Bajorrelieve dedicado a los chalanes en la plaza de España de Campanario.
A Campanario desde Villanueva

A Campanario desde Villanueva

"No es difícil identificar a un campanario. Lo de ser de Campanario es algo así como “sacramental”, algo que imprime carácter", afirma el autor

ANTONIO BARRANTES LOZANO

Viernes, 30 de septiembre 2016, 09:28

Se me invita a colaborar. Yo quedo agradecido a Fran, un buen periodista al que me une más que amistad. Es gratificante una oportunidad como la que se me da cuando los destinatarios de lo poco o mucho que, con sus limitaciones pueda decir, son los habitantes del vecino pueblo de Campanario.

Ante la disyuntiva de la invitación de Horrillo uno tiene que buscarse los medios y durante las reflexiones previas a este escrito pensé en los campanarios que conozco y que debido a una u otra razón, se acabaron afincando en Villanueva. No es difícil identificar a un campanario. Lo de ser de Campanario es algo así como sacramental, algo que imprime carácter. Cuando hay que nombrar, me refiero en Villanueva, a algún amigo de aquella procedencia siempre se le añade a su nombre de pila el campanario.

En mi infancia conocí y aún mantengo gran amistad, con una familia de Campanario. Con Luis el campanario vi como cegaban la Laguna, donde tanto correteamos de muchachos y tantas nostalgia nos trae a los que por allí crecimos. De hecho, todavía, propios y extraños, conocen como tal al barrio, aunque después de la desaparición de las aguas surgiera la ostentosa Plaza de los Conquistadores, monumental, todo un símbolo de una época pasada cuándo aún resonaba la consigna por el Imperio hacia Dios. Crecimos juntos y han pasado muchos años, pero a él se le sigue conociendo como Luis el campanario.

Entiendo que, como en todos los pueblos de nuestro entorno, a la gente se le conozca, más bien diría yo se les conocía, por un apelativo que denotaba la pertenencia a un clan familiar. Rara es la familia que a sus miembros no se les nombre por el apodo, apodo cuya procedencia se pierde en la oscuridad de los años y hasta nuestros días perdura. Los apodos son como un bien de la cultura inmaterial de los pueblos. ¡Qué bien lo supo captar Eduardo Acero, en su escultura de la Borrriquita de las Pasaderas! En los entramados del serón, - ¡lo que saben los campanarios de serones!- allí fue plasmando los sobrenombres de las familias de Villanueva. Allí quedan como memoria del pueblo, memoria cada vez más esquiva por la apertura de los tiempos.

Son muchas las familias de Campanario que se han ido afincando en Villanueva, por trabajo o casamiento. A todos se les conoce, por su procedencia, como el campanario o la campanaria. Como se perteneciesen a una misma familia, a un mismo clan. Nada peyorativo, pues, todo lo contrario. El ser de Campanario es algo inherente a la persona, es la divisa, es el honor renacentista, cuando a los grandes hombres se les añadía el de Vivar, de Róterdam o Nebrija Lebrija-. Y es que ser de Campanario imprime carácter.

Recuerdo cuando, en tiempo de las matanzas, me mandaban a comprar la pimienta o las tripas en las que acabaría embutiéndose el cerdo. Y me mandaban a casa de la campanaria, de la que, a mi pesar, he olvidado su nombre. El comercio de especias estaba en sus manos, y es que los campanarios son muy proclives al comercio y aquella mujer surtía a la mayoría de las matanzas de Villanueva, entonces muy generalizadas e imprescindibles en la economía familiar de subsistencia. Hoy, como otras tantas cosas, aquel ritual fue desapareciendo, y también sus ocupaciones y oficios.

Dentro de la suerte que tiene uno, es de agradecer tener amigos campanarios y por ellos he podido adentrarme en el espíritu de ese pueblo, lo que me permite profundizar más allá de lo anecdótico. Los miembros de la Asociación Valeria, asociación cultural al servicio de los valores del pueblo y de Extremadura, vienen desarrollando una labor elogiosa en todos los ámbitos. A través de ellos se me hizo llegar, gracias Bartolo, el ingente trabajo de investigación sobre la historia de Campanario, una obra enciclopédica que sólo se entiende que haya visto la luz por la fe y el tesón de sus autores.

De la obra en varios tomos, uno he leído con especial interés, quizá por aquello que tanto me atrae, por su valor inmaterial que al fin es la cultura de los pueblos. Su folklore, los antiguos oficios, su gastronomía o el habla. No siento ningún desdén por las sesudas interpretaciones históricas, no menoscabo la gloria de los que algún día fueron paladín de las armas o de las ciencias, pero la esencia de los pueblos está en esos valores culturales que fragua el pueblo y que con el tiempo imprimen el carácter que los define.

Las letrillas y cantares que recoge Juan Sánchez Huertas,- y qué no recoge Juan- que con variantes, son universales. La picaresca, el doble sentido, el humor o la crítica, que bien nos perfilan como pueblo.

Los afanes de los campanarienses, gracias a Bartolomé Díaz, me llevan a mi infancia. Recuerdo a mi padre ajustando precio con aquel campanario, al que acabó comprando unas aguaderas. O a aquellos hombres, serios, gente de trato, con su chambra, su faja y la cadena del reloj asomándose por el ojal del chaleco. Venían por aquí en febrero, por las Candelas, a la feria de ganado de Villanueva, la primera de la comarca, como bien dices. Aquí, en Villanueva se daban cita merchantes de Salamanca, de La Mancha y de Campanario. Miles de transacciones, vagones de mulas en el apeadero de la estación esperando ser embarcadas. Junto a los merchantes, los corredores, intermediarios, conocedores del género, como se decía. De todos los pueblos llegan los campesinos con sus animales a la exposición de la feria: de la Haba, Don Benito, La Coronada o Campanario. Miles de duros se movían por aquél entonces y el pueblo se llenaba de color. Herradores, cordeleros y guarnicioneros, todos hacían su agosto.

La gente del trato, eran gentes serias, poco o ningún papel había que firmar, aunque mediaran buenos dineros. Una estrechez de manos, con frecuencia, era suficiente hasta que la Guardia Civil validaba la guía del animal.

Hoy aquello se ha ido diluyendo, apenas se trabaja la pleita y la feria ha ido quedando en el olvido, pero el testimonio de lo que fue perdurará porque alguien lo ha dejado escrito en la memoria de la historia de su pueblo.

Si algo hay único o peculiar en Campanario, es su habla. Tiene un rasgo tan característico que allá donde se encuentre uno de allí, al hablar se le conoce. Se inserta un exhaustivo estudio del habla de Campanario en el volumen que comento, se debe a Pilar Montero y Antonio Salvador. Con trabajo de calle, se estudian los aspectos morfológicos y fonéticos. Giros, palaras propias y vicios gramaticales, unidos a distintas aportaciones bibliográficas que ayudan a dar sentido al trabajo, por lo que resulta muy interesante para el estudioso, aportando un valor seguro a la publicación.

Un afanoso estudiante podrá saber todo del habla de Campanario, pero sólo se sabe como habla un Campanario cuando se le oye. La cadencia, el gracejo, la certeza en el uso de ciertos vocablos olvidados hacen que para hablar del habla de Campanario se necesite además un documento sonoro. Un aeeerrrr solo se entiende, si te lo dice un Campanario. Saludos y gracias por todo.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy A Campanario desde Villanueva