¿Forasteros...?
«Mientras paseo con mi hijo por la Laguna, le relato recuerdos y anécdotas de otros días: mi primer baño aquí, las carreras nadando hasta los postes, los juegos en las eras»
Está muy agradable la tarde. La tormenta que descargó ayer refrescó el ambiente y en el aire se puede masticar ese aroma a pasto húmedo que ensancha los pulmones. Los patos se van acercando hasta los juncos para disputarse con las carpas los trocitos de pan duro que mi hijo va soltando entre risas y reclamos que ha aprendido de su abuelo:
Publicidad
-Cugggo, cugggo, cugggo
Llevamos cinco días en el pueblo y, desde entonces, intento saborear todos los momentos y absorber todas las sensaciones que pasan por mi lado. Voy recogiendo la intensa luz que resbala en la cal de las paredes, los olores, los sabores de los platos que mi madre prepara, el cariño y los abrazos de amigos y conocidos, cada campanada del reloj de la plaza Sé que no durará mucho; dentro de veinte días llegará la hora de regresar a Barcelona pero, hasta entonces, no dejaré de disfrutar ni un solo instante de estos días de agosto de este 1988.
Hace un rato, cuando veníamos hacia La laguna, pude gozar de la esencia de esa fonética especial de este barrio y de ese chismorreo tan de los pueblos que, a veces, se ejerce con descaro y otras se esconde tras los velados visillos. Dos mujeres, sentadas al fresco de la puerta, murmuraban entre si, tras contestar amablemente a mi saludo:
-¿Quién es ese? ¿No será del pueblo, verdá? Porque yo no le tengo visto.
-AerrrPos no te puedo defir. Por la pinta me resulta zamiliar, pero yo tampoco lo conosco. A lo mejor es de aquí y está zorastero
Mientras evoco su conversación, aflora a mis labios una sonrisa y me llegan recuerdos de otros días anteriores en los que aún no era forastero.
Por entonces, la llegada de los forasteros, y sobre todo de las forasteras, solía romper nuestra monotonía cotidiana. Las calles, los bares y comercios se llenaban de caras nuevas y el aire de acentos y expresiones extrañas que nos acercaban un soplo de aire fresco que renovaba nuestras costumbres y hasta nuestros horarios.
¡Qué bien nos sonaban aquellos jolines y troncos! O esos otros Ahí va la ostia, ¿pues?; o bien aquellos chafar, plegar ¡Eran como música celestial para nuestros oídos! Repetíamos con toda naturalidad sus adeu y sus agur al despedirnos y, aunque algunas veces, llegasen en el mismo lote algunas chorradas o pedanterías insufribles, lo cierto es que estábamos deseando todo el año que nos llegasen esos aires tan poco morenos que no nos venían precisamente de Guadalupe.
Ya veis, al final, después de algunos años fuera, también me he convertido un poco en forastero: casado con una forastera y con un hijo que también es forastero. Pero cuando llego a mi pueblo, aunque algunas gentes no me reconozcan, nunca me siento forastero, ni tampoco mi mujer ni mi hijo. Aquí nos sentimos más en casa que en cualquier otro lugar y, por ello, volvemos en todas las ocasiones en las que podemos hacerlo.
Publicidad
Mientras paseo con mi hijo por la Laguna, le relato recuerdos y anécdotas de otros días: mi primer baño aquí, las carreras nadando hasta los postes, los juegos en las eras, las frascas con los amigos forasteros en las noches de verano Los patos se van acercando hasta la orilla, pero, en esta ocasión, mi hijo no trae pan para ellos. Ya ha cumplido los treinta y desde los seis se ha criado en éste, nuestro pueblo. Regresamos aquí y aquí nació mi hija. Aquí seguimos y hace mucho tiempo que dejamos de ser forasteros.
Nos hemos sentado a tomar una cerveza y a nuestro alrededor vemos muchas caras desconocidas y escuchamos acentos de otras tierras. Y, como suele pasarme por estas fechas, no puedo evitar volver a sentirme un poco forastero entre tantos forasteros como ahora nos rodean.
Publicidad
-Papa. Este verano se ven más forasteros- me comenta mi hijo.
-Si, hijo, si. Parece que este año ha venido más gente de vacaciones
Ya, ya lo sé. No es necesario que me lo recuerdes. Sé que la gran mayoría de ellos no son forasteros. Sé que no son extraños ni ajenos a este lugar. Sé que son emigrantes que, hace tiempo, tuvieron que abandonar el pueblo en busca de una vida mejor.
Son tus amigos y mis amigos, tus tíos y mis tíos, tus primos y mis primos, tus hermanos y mis hermanos Eran y son parte de nosotros y nosotros parte de ellos. Son nuestros paisanos y nuestra familia, ¡nuestra gran familia!
Publicidad
Pero la palabra forastero es sólo una expresión de siempre, una forma de llamarles. Y, aunque no sea la más correcta, desde siempre la hemos utilizado para definir a los que llegan de otros lugares. Tampoco creo que sea para hacer sangre de ello y, por ello, nadie debiera sentirse molesto al escucharla.
No creo equivocarme al afirmar que la mayor parte de los que vivimos en el pueblo- a pesar de algunas de las incomodidades que conlleva el convivir en el mismo espacio bastantes más de los que habitualmente somos- seguimos deseando ver caras nuevas y recibimos con alegría a los que nos visitan por estas fechas. Nos gusta conocer a nueva gente y disfrutamos al saludar a familiares, amigos y conocidos a los que hace tiempo que no vemos y al compartir con ellos vivencias y recuerdos que nos emocionan y nos enriquecen.
Noticia Patrocinada
Para ellos suele ser aún más emocionante y, así, solemos encontrárnoslos paseando nuestras calles, sus calles, junto a hijos y nietos a los que van transmitiendo sus recuerdos, su amor y su ternura hacia esta tierra, la tierra que les vio nacer, con el fin de que sus descendientes nunca olviden sus orígenes.
Anochece. Está fresca la tarde. Cayeron cuatro gotas esta siesta y en el aire se percibe un agradable aroma a pasto húmedo. Una joven pareja, a la que no conozco, arrojan, junto a su hijito, trozos de pan duro a los patos que acuden presurosos hasta la orilla. Les deseo que sepan saborear cada momento de los que pasen a nuestro lado.
PRIMER MES GRATIS. Accede a todo el contenido
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión