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Juan María Ayuso durante la pronunciación del pregón. S.G.
Juan Mª Ayuso ensalza los recuerdos, los sentimientos y la pasión en su pregón de Semana Santa

Juan Mª Ayuso ensalza los recuerdos, los sentimientos y la pasión en su pregón de Semana Santa

VIERNES DE DOLORES ·

Ayer, Viernes de Dolores, tuvo lugar el pregón en la Parroquia de la asunción, dentro de una Semana Santa atípica y adaptada a las circunstancias sanitarias.

Sábado, 27 de marzo 2021, 15:00

La Parroquia de Nuestra Asunción acogió ayer los actos del Viernes de Dolores dentre de una celebración de la Semana Santa adaptada a las recomendaciones y exigencias sanitarias.

A pesar de que no habrá desfiles procesionales por las calles del municipio, la Junta de Hermandades ha preparado un programa de actos y cultos que ayer daban el pistoletazo de salida con la pronunciación del pregón.

Dicho acto corrió a cargo del campanariense Juan María Ayuso Carmona, quien supo transmitir lo que significa la semana santa para él, cuáles son sus sentimientos, la importancia de las celebraciones litúrgicas y lo que le llena de ellas, sus procesiones y algún recuerdo de infancia que nunca se olvida.

Así comenzó su pregón lleno de recuerdos y momentos emotivos que consiguieron conmover a todos los presentes, con el aforo permitido completo en la parroquia.

PREGÓN DE SEMANA SANTA: Juan María Ayuso Carmona

Resuenan tambores por las calles de Campanario,

anuncian que Jesús pasa camino de su calvario.

Vayamos a verle, que no se sienta solo en su camino,

y acompañemos a María en estas horas de martirio.

Un momento importante se produce en el arrabal,

Jesús se encuentra con su Madre,

silencio y gentío invaden este lugar.

Tras mirarse Madre e Hijo, Gaspar empieza a cantar,

llenando de sentimiento a los que presentes están.

Caminando despacito, María tras Jesús empieza a llorar,

y todos junto a ella, los pasos de Cristo seguirán.

En los últimos años he conocido diversas realidades de la semana santa, y debo decir que me quedo con la de mi pueblo. Y es que cuando uno nace en un lugar y vive sus costumbres, es muy difícil que otro sitio lo iguale.

Campanario es un pueblo de mucha piedad popular, lo que nos debe ayudar a enriquecer nuestra fe. Y debemos estar orgullosos, porque tenemos imágenes de los momentos más importantes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, las cuales nos transportan a vivir junto a Él aquellos momentos de cruz.

El año pasado y debido al confinamiento, no pudimos disfrutar de la semana santa, pero espero que nos sirviera para mirar nuestro interior y descubrir en él esas virtudes que tenemos pero que nos cuesta poner en práctica. Deseo que este año, aunque todavía sea diferente, y a pesar de no tener procesiones, nos sirva para ser más humanos y solidarios, y que nos haga vivir las celebraciones litúrgicas y los actos que se realicen de una manera especial.

Ahora intentaré transmitir lo que significa la semana santa para mí, cuáles son mis sentimientos, la importancia de las celebraciones litúrgicas y lo que me llena de ellas, sus procesiones y algún recuerdo de infancia que nunca se olvida.

Cuando llega el Domingo de Ramos me viene a la cabeza la parte del

salmo que dice:

«Portones alzad los dinteles,

que se alcen las puertas eternales:

va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?

El Señor Dios del universo,

Él es el Rey de la gloria.

Cuando era pequeño, mi madre siempre me traía una ramita de olivo que lanzaba a la imagen del burrito, que por aquel entonces salía por la tarde. Ahora, tanto la bendición de los ramos como la procesión son por la mañana, algo que tiene más sentido al hacerse seguidamente. Todo ha mejorado mucho gracias al esfuerzo que realiza la hermandad y las personas que en ella colaboran.

Cada vez que la imagen sale de la ermita de los mártires, portada por sus costaleros, imagino que estoy allí entre la multitud, junto al Señor en su entrada en Jerusalén, y recuerdo estas palabras que dice el evangelista:

«Trajeron la borrica, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La

multitud alfombró el camino con sus mantos, algunos cortaban ramas de

árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

¡Hosanna en las alturas!»

Tengo un especial recuerdo de aquel Domingo de Ramos en el que nuestra parroquia se encontraba en obras. Desde muy temprano, estuve ayudando a preparar la Plaza de la Soledad para poder celebrar allí la eucaristía. Aquella semana santa se alteró el recorrido de algunas procesiones y la salida de sus respectivos lugares. Yo, al igual que la mayoría de hermanos y cofrades, lo vivimos con una ilusión y emoción especial.

El Lunes Santo comienza el Triduo a Jesús Nazareno. Desde hace años, acudo a la ermita de los mártires para poder celebrarlo y también participar en la eucaristía. Entrados este día ya en la Pasión del Señor, recuerdo este himno:

«No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido;

ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves Señor;

muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido;

muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor,

y en tal manera, que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera».

El Martes Santo tiene lugar la procesión del prendimiento, es el día que entregan al Señor, y tengo presente este fragmento de un salmo:

«No me entregues Señor, a la saña de mis adversarios, porque se

levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia».

Desde pequeño recuerdo alabarderos en esta procesión y el momento en el que Jesús era apresado, su mirada en actitud orante era lo que más me emocionaba.

En la actualidad, esa mirada y esa actitud van conmigo en cada momento de cruz y lo hacen más llevadero para mí, porque pienso en aquel momento que pasó Jesús, y recuerdo las palabras que dijo: «Que no se haga mi voluntad sino la tuya».

Desde hace tiempo la imagen sale portada por costaleros y dirigidos por un capataz. Me viene a la memoria aquellos primeros ensayos a los que solía asistir, aunque no era costalero yo me sentía como uno más entre ellos, y allí estaba para animarlos y acompañarlos. Con el paso del tiempo la procesión ha mejorado en todos los sentidos, gracias a la hermandad y a todos los que en ella colaboran.

Recuerdo también participar en esta procesión llevando la cruz de guía, y no puedo olvidar aquél martes santo en el que por primera vez se llevaron las capas. La procesión parecía ir más engalanada, espero que en los años sucesivos más hermanos se animen y vayan con las capas para engrandecer aún más este día.

El Miércoles Santo es el día que procesiona el «amarrao» y la «virgen guapa», como popularmente los conocemos. Este día se representa que ataron a Jesús a una columna, lo azotaron, cayó de rodillas… lo que me remite a un fragmento del evangelio de Mateo:

«Lo desnudaron, le vistieron una túnica de púrpura, trenzaron una

corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en la mano

derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, diciendo: ¡viva el rey de

los judíos! Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza.»

Desde pequeño recuerdo multitud de nazarenos vestidos en la procesión y una gran cantidad de gente esperando verla salir. Solía ponerme con mi madre en la esquina del Banco Central y allí veíamos pasar las imágenes; el primero en salir era Jesús, amarrado a la columna y siendo azotado, lo que me producía un sentimiento de mucha tristeza, y después venía la Virgen, que aunque iba llorando detrás de su Hijo, tenía la cara más bonita que había visto nunca.

En el presente, la imagen de Jesús Cautivo me transmite más. Cada azote que recibe me duele, porque pienso que es por mí, por cada pecado que cometo; y la sangre que cae al suelo sé que es por salvarme, y eso, hace darme cuenta de mis errores, intentar enmendarlos y pedir perdón. Sé que muchas veces es costoso darse cuenta o hacerlo, pero lo que más me ayuda es saber que Él cargó con los pecados de todos y murió por salvarnos.

No puedo dejar de mencionar mi experiencia como costalero del paso de la Virgen. Tras varios ensayos, llegó el día de la procesión en el que la imagen iba a ser portada por primera vez. Era un miércoles santo cargado de ilusión y emoción, pero también estuvo cargado de lluvia y sufrimiento.

Hubo dos grandes momentos ese día para mí: el primero cuando sacamos la Virgen a la Plaza del Carmen, ahí se me saltaron las lágrimas de la emoción; el segundo cuando empezó a llover por el pozo de la vaca. Recuerdo el gran esfuerzo que realizamos todos los costaleros subiendo la calle López de Ayala hasta poder cobijar la imagen en un corralón. Allí, esperando que dejara de llover, miraba la cara de la Virgen, me fijaba en esa expresión de amargura por ver sufrir a su Hijo; y aquella cara, aquellas lágrimas que le caían por su rostro, aliviaron mi sufrimiento en aquel momento en el que yo lo estaba pasando mal por no poder portar su imagen. Entonces dejé de pensar en mí y pensé en aquellas situaciones en las que una madre sufre cuando su hijo pasa por un calvario. Mi medalla de la hermandad es testigo de aquel miércoles santo de lluvia, puesto que la mayoría del blanco del cordón se ha quedado teñido de rojo.

El Triduo Pascual comienza el día de Jueves Santo, y siempre tengo en mi mente este fragmento del evangelio de Juan, en el que Pedro le dice a Jesús:

«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le contestó: lo que estoy

haciendo no puedes comprenderlo ahora; llegará el tiempo en que lo entiendas.

Pedro insistió: jamás permitiré que me laves los pies. Jesús le respondió: si no te

lavo los pies no tienes parte conmigo. Le dijo entonces Simón Pedro: Señor, no

solo los pies, lávame también las manos y la cabeza».

Me viene a la memoria aquellos jueves santos que solía ir a la parroquia por la mañana para preparar el monumento y ayudar a sor Victoria, a la que tanto debemos. Al monumento se traslada el Santísimo Sacramento y se acude a rezar hasta la Vigilia pascual. También recuerdo ir a la celebración de la Cena del Señor, donde Jesús nos da dos grandes ejemplos para que nosotros los tengamos de referente y llevemos a cabo: el mandato de amarnos unos a otros como Él nos amó, y la humildad y servicio del lavatorio de pies, en el que muchos años he participado como voluntario.

Tengo grandes recuerdos de la procesión del encuentro. Solía salir de casa con mi madre para juntarnos con mi padre en el arrabal y allí me ponía sobre sus hombros para poder ver aquel momento en que Jesús se encuentra con su madre. No puedo olvidar cada vez que la imagen del nazareno pasaba por delante de nosotros con el pelo en movimiento, parecía tan real que me daba una sensación entre miedo y sufrimiento.

Sin embargo, cuando ahora le miro, pienso que está llevando esa carga por mí, y que cada vez que cometo un pecado esa cruz le pesa más, y quisiera convertirme en el Cirineo para poder aliviarle un poco el peso que lleva. Esta procesión representa el momento en el que Jesús está subiendo al calvario y se encuentra con su madre. En ese instante sus miradas se funden la una con la otra, no hay necesidad de mediar palabras, todo lo han dicho con solo levantar los ojos y mirarse. María comprende la misión que tiene su Hijo y sabe que tiene que sufrir por la salvación de los hombres. El corazón de María sangra de dolor, pero calla obedientemente para seguir los designios de Dios.

Este sentimiento de María me lo transmite la imagen de la Virgen de los Dolores, con su manto negro, sus manos cruzadas y su cara de sufrimiento por ver a su Hijo portando la cruz en la que va a ser crucificado.

Lo que más presente tengo al llegar el Viernes Santo es el comienzo de este himno:

¡Oh, cruz fiel, árbol único en nobleza!

jamás el bosque dio mejor tributo

en hoja, en flor y en fruto.

¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza

con un peso tan dulce en su corteza!

De todas las procesiones, la del Cristo de la Expiación y Mª Stma. de la Victoria, es de la que más recuerdos tengo porque pasaba por la esquina de mi calle. Cuando niño y cada vez que sonaban los tambores, solía ir a la esquina del parque para ver pasar la procesión y recuerdo que mi abuela se quedaba en la puerta de casa y la veía desde ahí, no quería subir porque tenía luto.

Esta es una de las procesiones a las que con el paso del tiempo casi nunca he faltado, y siempre la he acompañado hasta el final. Durante unos años fui costalero del paso del Cristo de la Expiación, y no se me olvidará aquel primer año que salió. Las andas eran pequeñas, por lo que éramos pocos costaleros, salíamos de los mártires y era un día de calor… pero a pesar de todo quedó la satisfacción de que conseguimos hacer el recorrido entero, aunque tardamos más tiempo que el de costumbre y gracias a la ayuda de gente que nos echó una mano. A partir de ahí cada año ha ido

mejorando el paso en todos los sentidos.

Tres palabras representan esta procesión: Cruz, Expiación y Victoria, ya que en la Cruz y junto a Jesús están nuestros pecados, y Él los perdona; y también gracias a la Cruz se produce la Victoria del bien sobre el mal.

La imagen del Cristo de la Expiación siempre me ha conmovido y transmitido muchas cosas, pero la más importante de todas ellas es saber que está clavado en la cruz y con los brazos abiertos para la salvación de todos, y cada vez que veo la imagen representando este momento, hace que esa llama que llevo dentro nunca deje de arder y se mantenga encendida.

Por la tarde recuerdo ir a la celebración de la Pasión del Señor, en la que siempre me ha llamado la atención dos momentos: el primero de ellos cuando el sacerdote se echa en el suelo y todos de rodillas y en silencio tenemos un momento de oración; y el segundo es la adoración de la Santa Cruz. Hay palabras de esta celebración que conservo grabadas, son aquellas en las que el sacerdote canta: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada, la salvación del mundo». Y el pueblo responde: «Venid adorarlo».

La procesión del Santo Entierro y la Virgen de los Dolores es a la que más multitud de gente asiste, y es lo que más recuerdo desde pequeño. Cristo, yacente en el sepulcro y su madre detrás, llorando por la pérdida de su Hijo.

Entre la multitud yo me siento como un acompañante de María, para que ella no esté sola en esos momentos tan difíciles por los que pasa una madre.

Estos momentos los simbolizamos por la noche, y en silencio, con la procesión de la Virgen de la Soledad, donde con velas y rezando el santo rosario, acompañamos a María, que lleva en las manos la corona de espinas y clavos de su Hijo.

Me viene a la memoria aquellas veces en las que solía llevar la cruz de guía, y Paco Casasola rezaba el rosario a la vez que nos dirigía. Cada año se va uniendo más gente a esta procesión, que con sus velas en la mano y rezando van acompañando a María.

El Sábado Santo por la noche, tiene lugar la celebración más importante de toda la semana santa: la Vigilia Pascual. En ella celebramos la Resurrección de Cristo. Acostumbro ir por la mañana a la parroquia a preparar las tablas para la hoguera, ya que la Luz es uno de los símbolos de esta celebración. A pesar de ser una de las celebraciones más largas, es laque más me transmite, porque es una liturgia muy especial que va cargada de mucha solemnidad.

Uno de los momentos que más me llena es cuando el sacerdote con el Cirio en la mano, que representa a Cristo, va cantando: «Luz de Cristo» y el pueblo va respondiendo: «Demos gracias a Dios».

En la Vigila Pascual se cantan las letanías, tiene lugar la bendición del agua bautismal y la renovación de las promesas bautismales. Pero lo más importante es la alegría de lo que celebramos: ¡Que Cristo ha resucitado! Y nos da su Luz para que nosotros se la llevemos a los demás. Del pregón Pascual, se me ha quedado grabada esta frase: «Esta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo».

Llegado el Domingo de Resurrección, siempre recito este fragmento del himno de Pascua:

¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?

A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

Recuerdo desde bien temprano los cohetes y las campanas que anunciaban la Resurrección de Jesús y la eucaristía, tras la que tiene lugar la procesión del Resucitado, una procesión diferente a las demás, porque transmite alegría y cumplimiento de Palabra. La gente se agolpa entre las imágenes de Jesús y María, que portan con gran alegría y corren tras ellas por las calles de Campanario. Este gesto es para decir a todo el mundo que Cristo ha vencido la muerte y que nos quiere hacer partícipes de ello.

Para terminar, quiero dar mi agradecimiento a la Junta de Hermandades, en especial y por haber pensado en mí para dar este pregón a la de Jesús Cautivo y Mª Stma. de la Amargura, por proponérmelo el año pasado aunque no se pudo realizar, y a la de Jesús Nazareno y Stma. Virgen de la Soledad por haber seguido confiando en mí para que esto se hiciera realidad. También quiero agradecer a mis familiares y amigos aquí presentes, y a aquellos que no han podido venir pero que desde el primer momento han confiado en mí y me han apoyado, y de una manera especial mi agradecimiento al párroco D. Luis Ramírez, por su ayuda prestada todos estos años y por haberme enseñado tantas cosas.

También quiero agradecer a aquellas personas junto con las que he vivido la semana santa y que me han hecho participar en tantas cosas para poder mejorarla y que salga adelante, no quiero dar nombres porque seguramente se me olvide alguno, a vosotros os doy las gracias de corazón.

No puede faltar mi recuerdo para aquellos que nos han precedido pero ya no están, y que tanto lucharon por nuestra semana santa, como fueron Paco Casasola o Miguel Ayuso, y de manera especial quiero recordar a Miguel Ángel León, de quien aprendí mucho gracias a las charlas que teníamos cuando nos juntábamos en el café por la tarde.

Quiero dar mi enhorabuena a la Banda de música por su trabajo y colaboración durante la semana santa. Gracias a ella nuestras procesiones se engrandecen ya que acompañan nuestros pasos con sus marchas, animando a los costaleros y fieles.

Muchas gracias a todos por vuestra asistencia y atención, y espero que vivamos una semana santa especial, en la que la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo llegue hasta nuestro corazón.

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