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Eric Silva en su puesto ambulante de churros. S. GÓMEZ
«Antes de la pandemia podía vender 250 churros, y ahora de 150-180»
CHURRERÍA

«Antes de la pandemia podía vender 250 churros, y ahora de 150-180»

ERIC SILVA ·

Este joven churrero vende cada martes sus churros en el mercadillo de Campanario, donde ya tiene su clientela desde hace dos años.

Lunes, 3 de mayo 2021, 22:09

Comenzar el día desayunando churros es más sano de lo que parece, a juzgar por el informe sobre este manjar que ha elaborado la Fundación Española de la Nutrición. Consumiéndose de manera moderada este alimento popular y sencillo, compuesto de harina, agua y sal puede ser incluido en nuestra dieta habitual. No contiene aditivos, colorantes o conservantes, ni tienen colesterol ni grasas trans, por lo que quién puede resistirse a uno recién hecho.

No lo hacen quienes cada martes pasaN por el puesto de Churros Hermanos, instalado desde temprano en el mercadillo de Campanario.

El castuereño Eric Silva lleva 4 años al frente de un negocio hasta entonces desconocido para él. Lo que sí había frecuentado es los mercadillos de los pueblos con su padre, que tiene un puesto de frutos secos. «Desde los 11 años he acompañado a mi padre y lo he ido compaginando con los estudios», cuenta.

Y cuando terminó con los libros, se dio cuenta de las pocas alternativas laborales que tenía con 20 años recién cumplidos. A ello se unió que, por el momento, no quería marcharse fuera de su pueblo «y como conocía este mundillo de los mercados, y que un amigo que tiene una churrería en Castuera me dio la idea de hacerlo ambulante, me lancé», explica Eric.

Este joven churrero reconoce que es un negocio que no requiere de mucha inversión inicial. «La materia prima es barata a priori, y si va mal, es algo de lo que te puedes deshacer fácilmente entre comillas, y no es muy arriesgado», confiesa. Con todas esas premisas, pidió un préstamo «y me lancé a la piscina a montar un negocio por mi cuenta».

Eso sí, reconoce que al principio fue duro «porque fue a base de probar y gracias a que vivía con mis padres y no tenía tantos gastos». Pero «entre que mueves papeles, hablas con alcaldes, te reúnes con concejales, etc. pasó tiempo hasta que conseguí tener cinco días fijos de trabajo con una ruta cerrada».

Uno de esos pueblos fijos, donde ya tiene su clientela desde hace dos años, es Campanario. También va los domingos por las mañanas. Ese día la clientela aumenta y es más familiar, dice, porque la mayoría de la gente no trabaja y sale a comprar churros a su puesto, al lado del 24 horas. Los martes en el mercadillo de Campanario, las mujeres y las personas mayores, son quienes más se acercan al puesto para llevarse el desayuno.

«Estoy muy agusto porque la gente responde y los campanarienses son muy cercanos», añade.

Una clienta espera para comprar churros. S. GOMEZ

Consecuencias COVID

Él también ha sido uno de los afectados por la pandemia, ya que ante el cierre de mercadillos tampoco podía vender. Aún así, asegura que en algunos pueblos pudo seguir yendo e instalándose en algún punto, al considerarse un producto de alimentación.

Antes de la pandemia podía vender 250 churros, dice, y ahora de 150-180 churros. «Cubro gastos, pero todo más ajustado», confiesa este churrero, que vende casi 40 centímetros de churro a 30 céntimos. De cada rosca explica que salen entre 16 y 18 churros.

«Es un trabajo con el que sabes que no te vas a hacer rico, pero sí que, a día de hoy, tiene un horario que me gusta mucho», cuenta. Y es que a las 13.30 horas Eric ya está en casa y con el resto del día libre, porque sobre las 11 la gente deja de comprar su manjar.

«El hecho de ser mi propio jefe y no tener que aguantar a compañeros de trabajo con los que puede que no te lleves bien, y que no requiere mucho esfuerzo físico», siguen siendo algunas de las claves para estar satisfecho con lo que hace.

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