Manuel Cruces trae esperanza y futuro al pastoreo en La Serena
ELECCIÓN PROPIA ·
Este joven es uno de los nuevos pastores que ven en este oficio, casi en extinción, su mejor opción de vidaELECCIÓN PROPIA ·
Este joven es uno de los nuevos pastores que ven en este oficio, casi en extinción, su mejor opción de vidaManuel se levanta a las 6.30 de la mañana para ir a trabajar. Tiene jornada partida. Regresa a casa a la una del mediodía y tiene tres horas para descansar antes de volver por la tarde. Y a las siete, aproximadamente, echará la llave de su oficina y regresará a casa hasta el día siguiente.
Así sería si fuera posible ponerle puertas al campo, pero se trata solo de una metáfora puesto que Manuel Cruces es pastor y su oficina tiene cientos de hectáreas, y carece de paredes, techo, carpetas ni ordenadores. Sus compañeros de trabajo son los mejores que podría haber imaginado tener, un rebaño de 1.700 ovejas. A sus 27 años lleva tres trabajando en la Finca Los Barrancos, a unos dos kilómetros de Campanario, donde ha encontrado la felicidad.
Es uno de los muchos jóvenes pastores que, en los últimos años, han decidido enfocar su futuro profesional al pastoreo. Y como él, la mayoría lo ha hecho por voluntad propia y por amor a lo que hacen o lo que han visto hacer a sus familias. En total son unos doce jóvenes de entre 20 y 30 años los dedicados al oficio en Campanario.
«Si me tocara la lotería me compraría una finca y un rebaño de ovejas a las que cuidar yo mismo, ese sería mi sueño», confiesa Manuel. Comenzó a estudiar un ciclo formativo de grado medio de Informática, ya que los ordenadores le llamaban la atención, pero pronto se dio cuenta de que pasarse la vida delante de pantallas y entre cuatro paredes no era lo suyo. No tardó en decidir lo que quería hacer con su vida «porque yo creo que lo he tenido claro desde pequeño, cuando acompañaba a mi tío a varias fincas cuando salía del colegio, y también a mi padre al campo», dice, mientras no le quita ojo al ganado asegurando que «esto es un lujo, porque hago lo que realmente me gusta».
Una decisión que en un principio a su familia no le gustó demasiado, por lo sacrificado del oficio, ni tampoco a sus amigos. Sin embargo, todos supieron ver que este joven pastor había encontrado su verdadera vocación. Lo primero cuando llega por la mañana a la finca es echarles pienso y después un poco de heno.
Lo hace acompañado por Francisco Cano, el mayoral, que lleva en la finca 30 años. Entre los dos se encargan de atender al ganado y comparten charlas y confesiones. Dos generaciones muy distantes en el tiempo, pero muy cercanas en cuanto a gustos laborales, donde uno aporta experiencia y el otro, ganas. Francisco confiesa que ha tenido oportunidad de trabajar en otros sectores pero que ha preferido seguir con el ganado, entre el que ha crecido desde los 16 años «y no lo cambiaría».
Aunque, a decir verdad, el verdadero trabajo lo realizan Lassie y Rex, dos perros carea sin los que no tendría sentido el oficio de pastor. No se separan de su amo y obedecen al instante cualquier orden que les da. De la vigilancia se encargan Bimba y Beethoven junto a otros mastines que, aunque imponen cuando los ves acercarse, pero no hacen otra cosa que mostrarse juguetones cuando te ven acompañar a su dueño.
Hobby y trabajo
Uno podría pensar que cuando este joven pastor termina su jornada quiere desconectar del campo y dedicarse a sus aficiones. El problema llega cuando profesión y afición son la misma cosa. «Para mí el campo y el ganado es un hobby más que un trabajo», asegura, por eso, en sus ratos libres se va a una casa de campo que tiene, a echar de comer a las gallinas y a las cabras, y a cuidar de los olivos de su abuelo. «Ellos me dicen que si vengo del campo cómo me quiero ir otra vez al campo, pero es como yo disfruto», expresa Manuel.
Eso sí, también le queda rato para estar con los amigos, a pesar de que el despertador sueñe temprano y trasnochar no esté entre sus hábitos. Especialmente cuando es época de parideras, donde trabaja de lunes a domingo. Algo que ocurre en septiembre, enero y mayo, con las tres parideras de 500 o 600 ovejas. El resto del año, se alternan la libranza de los fines de semana y quince días de vacaciones.
Es ya la una del mediodía y echa el último vistazo al ganado para marcharse tranquilo a comer. Antes, les echa algo de sal para que se refresquen y la espera hasta el heno de la tarde sea más llevadera. Seguro que las ganas de volver a reencontrarse serán mutuas.
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