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Isabel María junto a su marido, Juan, en la ermita de Piedraescrita.
«Me dicen mis hijos que lo que viven en el pueblo no lo viven en Mallorca»

«Me dicen mis hijos que lo que viven en el pueblo no lo viven en Mallorca»

LAS RAÍCES ·

Aunque nació en Barcelona, las raíces de Isabel Mª Cruces están en Campanario. Un pueblo que considera suyo y al que no duda en regresar

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Martes, 22 de septiembre 2020

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Dicen que a medida que te vas haciendo mayor, más te tiran tus raíces. Yo no sé si es porque me hago mayor, la cuestión es que me tiran mis raíces y me siento genial cuando estoy en el pueblo que vio nacer a mis bisabuelos, abuelos, padres. Ese pueblo tan especial en plena Serena, rodeado de esas tierras tan peculiares... mi querido Campanario.

Mis padres, Antonio y María Catalina, emigraron en los años 60, en busca de un futuro que intuían mejor, fueron valientes, dejando atrás todo lo conocido, y con una mano delante y otra detrás, iniciaron un camino lleno de incertidumbre, pero con mucha esperanza, la que les impulsaba a seguir hacia adelante, con dos bebés en brazos. Primero, mi padre, junto a mis tíos, marchó al País Vasco... Más tarde, ya con mi madre y mis hermanos, viajaron a Barcelona, donde tenía un puesto de trabajo supuestamente más estable.

Allí nací yo y cuatro años después de mi nacimiento, nos mudamos a Mallorca, donde habían trasladado la sede del trabajo de mi padre. Y aquí estamos, en Mallorca. La maravillosa isla que nos dio cobijo, donde crecimos, donde hemos echado nuestras raíces personales, familiares y laborales. Unas raíces compartidas con Campanario.

A los hijos de Isabel Mª les encanta Campanario y visitar La Laguna.
A los hijos de Isabel Mª les encanta Campanario y visitar La Laguna. HOY

De niña, recuerdo mis estancias en el pueblo, con mis primos, la casa de mi abuelo, el corral, el 'doblao', el olor de las casas, de las tiendas... Pero mis recuerdos se hacen aún más intensos cuando me remonto a mi adolescencia y juventud. Aquellos veranos en los que vivíamos intensamente en pandilla, con todas las amistades provenientes de tantos lugares de la península (y de fuera de ella, como en mi caso) y del propio pueblo... la piscina, las discotecas, ¡¡cómo olvidar la Stromboli!! Nuestros momentos de charla en el Parque o en La Laguna. Esas noches eternas (sin ser la propia Noche Eterna) en las que ninguno/a de nosotros/as queríamos que se acabaran.

Esos días que vivíamos con tal emoción que no queríamos ni pensar en que la cuenta atrás de las vacaciones se aproximaba, y con ella, el regreso a nuestras respectivas ciudades.

Suerte que teníamos manera de seguir en contacto después, durante el otoño, el largo invierno, hasta el próximo verano: ¡las cartas! ¡Qué emoción abrir el buzón y leer en el remite «Campanario»! Sí, está claro que me hago mayor, si no, hablaría de WhatsApp...

Después de algunos años sin acudir al pueblo, por estudios o por trabajo... ya como adulta regresé, con mi pareja. ¡Le encantó el pueblo y sus gentes! También regresamos más adelante con mis padres, y fue precioso poder compartir con ellos el volver a su tierra. Además, estuvimos con mi hermana y mi cuñado, compartiendo momentos con la familia del pueblo...

María Catalina y Antonio, padres de Isabel Mª.
María Catalina y Antonio, padres de Isabel Mª. HOY

Desgraciadamente, hace 6 años mi madre sufrió un ictus, y su vida cambió radicalmente. Una silla de ruedas y otras imitaciones hacen que ella ya no pueda viajar. Mi padre falleció 6 meses después. En estos años no hemos viajado al pueblo ya que era muy doloroso estar allí sabiendo que ellos ya no podían estar. Hasta el año pasado, que decidimos ir. Fue un reencuentro con su tierra, con sus orígenes, un homenaje a ellos, pisar la tierra donde se criaron, recorrer las calles donde crecieron, donde se conocieron, donde se casaron.

Y lo más bonito es que en ese primer viaje, después de tantos años, mis hijos, que no conocían el pueblo ni a la familia, se sintieron totalmente integrados en cuestión de horas. Tanto, que me pidieron ir en agosto. Y así lo hicimos. Fueron 18 días que significaron el verano de su vida. Amigos desde el minuto uno, no parar de entrar y salir, piscina, fiesta de la espuma, fiesta holly, feria, y un sinfín de momentos en el Parque, en La Laguna, en Matapalo... (la historia se repite).

En definitiva, yo me hago mayor, y ellos toman el relevo. ¡Y yo tan feliz y orgullosa! Me dicen mis hijos que lo que viven en el pueblo no lo viven en Mallorca, y así es. ¡Los veranos campanarienses son únicos! ¡No querían regresar a casa, querían quedarse a vivir en el pueblo! Y es que se sienten queridos, arropados, integrados, libres.

Este año hemos repetido. Hemos estado menos días, solo 12, que les ha sabido a poquísimo. Es un año muy complicado y no teníamos claro si viajar o no. Finalmente, decidimos que íbamos y a pesar de no tener la actividad del agosto pasado, para ellos ha sido inolvidable. Y se traen un poquito el acento cantarín.

Para mí, ir al pueblo ahora, con mis 48 años, con mis hijos y mi marido, con el paso del tiempo, significa estar más cerca de mi padre, conectar con la vida –nada fácil- de mi madre y de mi padre. Es sentirme en casa, es honrar la valentía que tuvieron, es agradecerles todo lo que nos dieron a pesar de tantas dificultades.

Isabel junto a su hermana Pilar, en uno de los paseos por Campanario.
Isabel junto a su hermana Pilar, en uno de los paseos por Campanario. HOY

Campanario, desde Mallorca, significa 8 horas de barco más 8 horas de carretera (si no vamos por Sevilla, claro), todo un «peregrinaje» que bien merece la pena. El sentimiento al ver el primer cartel que pone «Campanario» es indescriptible, pero algo parecido a «ya estás en tu casa», «ya has llegado a tu lugar».

Quizás es porque me hago mayor, quizás es porque veo lo felices que son mis hijos en el pueblo. Sea lo que sea, estoy muy contenta de poderles trasmitir este sentimiento, las raíces, y también de que ellos me hagan revivir mis momentos en el pueblo.

A la espera de ver cómo se suceden los acontecimientos, deseamos poder estar en Semana Santa y disfrutar de la Romería, que aún no conocen mis hijos, y estoy deseando que la vivan. Por el momento, disfrutaremos un poquito más del pueblo aquí en Mallorca, a través del queso de oveja espectacular y un poquito de morcilla de hígado, la preferida de mi marido. Y del recuerdo de los míos.

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