

En pasados tiempos el pavimento de las calles de los pueblos se formaba con piedras (ya aparecían en ciudades romanas) encajadas unas con otras para facilitar el barrido y evitar la tierra y el barro. En ciertos lugares como plazas, mercados, patios, etc., el suelo de piedras, tanto irregulares como redondeadas por efecto de la erosión, rollizas, constituían una verdadera obra de arte. El empedrado de las calles suponía una constante revisión al estar clavadas sobre la tierra o barro y soportar el paso de caballerías y carros con aros metálicos. ❡
Al tratar de las calles empedradas de Campanario justo es recordar a todos los obreros que trabajaban en esta tarea y especialmente a 'hermano José Malaño' que, con paciencia y maestría, colocaba la piedra suelta o la que faltara. Por su saludo y trato cariñoso a toda persona del vecindario se ganó el dicho de «eres más cumplío que hermano José Malaño».
Hasta los años sesenta la mayoría de las calles estaban enrolladas con un canalillo para la circulación del agua de lluvia. El trabajo de empedrar se realizaba por cuadrillas fijando las piedras para hundirlas hasta su mitad sobre una capa de arena mezclada con un poco de cal. Para apretar las piedras se empleaba el pilón o maza que consistía en un palo vertical de un metro y medio de largo que se incrustaba en la madera de la maza, y mediante golpes verticales se ajustaba el empedrado a la arena.
Hoy en día el pavimento de «rollos» ha desaparecido al ir sustituyéndose por adoquines de granito, cemento, baldosas o asfalto. Aunque los adoquines no fueron un nuevo invento, tuvieron su origen en las civilizaciones cartaginesa y romana que lo utilizaban para sus calzadas.
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