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Vendedor ambulante de verduras.
Aquellos vendedores callejeros

Aquellos vendedores callejeros

RECUERDOS ·

Fernando Gallego, miembro del Fondo Cultural Valeria, ha colaborado con Hoy Campanario escribiendo este bonito artículo, recordando el oficio de vendedor ambulante de antaño.

FERNANDO GALLEGO

Miércoles, 22 de enero 2020, 22:16

El comercio ambulante realizado por el hombre nace en muy antiguos tiempos ante la necesidad social de intercambiar o vender productos de todo tipo para satisfacer las necesidades humanas, tanto en los grandes municipios como pueblos rurales, e incluso en viviendas diseminadas.

En Campanario, como en el resto de España, es necesario cumplir con unos requisitos dictados por los correspondientes ayuntamientos para la venta ambulante en la vía pública o en mercadillos. Algo que antaño no estaba contemplado y se quienes tenían algo que ofrecer para sacarse un dinero lo hacía de pueblo en pueblo, sin permiso propio. Así, de Castuera a Campanario, a Zalamea o a Quintana de la Serena, algunos recorrían toda la comarca.

Con cierta frecuencia, recordamos el transitar de vendedores ambulantes o callejeros en Campanario que, voceando, anunciaban el producto que transportaban en burros o mulas con serones, en carros o en sus propias espaldas o cadera y, posteriormente, en furgones o camiones.

Recuerdo que, entre otras mercancías, se ofrecían melones, sandías, garbanzos tostados (¡tostaos, tostaos...!), algarrobas, roscas de garbanzo, miel (¡a la rica miel..., hoy llevo arrope de miel!), higos (¡de Almoharín llevo los higos...!), altramuces (¡altramu... cesss!), orégano (¡orégano, orégano!), helados, fruta, verduras, legumbres, tierra blanca e incluso tejidos. Estos últimos, envueltos en fardos colgaban de la espalda anunciándose de casa en casa.

Este negociar comprando, vendiendo o permutando géneros fue ejercida de forma ocasional y de acuerdo con los productos propios de cada época del año, por lo que todos no había semana en que uno de ellos paseara su género por las principales calles campanarienses.

En la memoria, igualmente, se me agolpa en los últimos años la ausencia de los artesanos. Cargados con las herramientas del propio oficio recorrían las calles del pueblo ofreciendo su trabajo para reparar, componer, retirar o comprar todo aquello que no estuviese en buen uso o no se necesitara en el hogar.

Estos fueron los afiladores, estañadores, traperos, deshollinadores, gallineros, pieleros (¡el pelliquero pielerooo !) o (¡ pellicas de conejo y liebre, quién vende!). El afilador hacía girar la piedra de esmeril para afilar cuchillos, tijeras, hachas, etc., y los niños fijos en el haz luminoso proyectado por la rozadura del metal con la piedra, permanecíamos fijos hasta finalizar la faena.

Sin embargo, es curioso que no se consideraba venta ambulante los productos que se entregaban a domicilio que previamente hubieran sido encargados por el consumidor, entre ellos puedo recordar la leche, los espárragos, los huevos y repostería.

Aquellos pregones de antaño desaparecieron y, con ello, dejamos de sentir el acompañamiento y la vida de la calle, ahora reemplazados por el rugir de motores en las calles semidesérticas y sonidos televisivos en los hogares. Eran otros tiempos, ni mejores ni peores, tiempos de mi infancia.

La actividad comercial de venta ambulante y callejera, hicieron preciso la regulación y ordenación de tal ejercicio por razones de orden público, salubridad y libre competencia. Las autoridades municipales prohibieron la venta no sedentaria, disponiendo que el nuevo mercado se instalase a lo largo de las calles Sierra y Hernán Cortés, ocupando en ocasiones alguna que otra adyacente.

De las modalidades de la venta ambulante, la más común en esta época es la de los mercadillos municipales un día fijo de la semana. En Campanario es el martes cuando se celebra el «Barato», día de entretenimiento y convivencia de las amas de casa.

Debido a cierta angostura de las citadas calles donde se celebraba el mercadillo, hubo de trasladarse a la esplanada en torno a la Alameda y Laguna, lugar llano aireado y soleado, con capacidad suficiente para toda clase de puestos de venta y consumidoras, sobre todo.

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