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Representación teatral sobre los tratantes de mulas que llevaron a cabo vecinos de Campanario.
Éxito de los encuentros de estudios comarcales dedicados a los tratantes de mulas

Éxito de los encuentros de estudios comarcales dedicados a los tratantes de mulas

Estos dos días se impartieron tres conferencias con este tema de fondo, al tiempo que también se organizó una mesa redonda con la presencia de cuatro chalanes

Fran Horrillo

Viernes, 20 de abril 2018, 05:52

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La que desarrollaron los tratantes de mulas fue una de las actividades económicas más importantes en la historia de Campanario. Una profesión singular que contribuyó a potenciar la economía local durante muchos años. De hecho, se convirtió en un gremio que se movió por toda el territorio nacional, e incluso por Portugal, Francia y Bélgica, buscando mulas que cuidaban, adecentaban, las 'preparaban para el escaparate' y de esta forma aumentaban su valor económico dejando unas ganancias sustanciales con su posterior venta.

Tanto marcó esta profesión en Campanario, que en el año 2015 el Ayuntamiento decidió dedicar una escultura en la plaza de España a los tratantes de mulas, para que su recuerdo perdure de por vida. Se trata de un bajo relieve sobre una piedra de granito, que realizó el escultor villanovense Ricardo García Lozano, tomando como base una vieja fotografía de tratantes 'campanarios'.

Pues bien, Campanario ha querido ir más allá en el reconocimiento de esta figura imprescindible en su historia, y durante los días 13 y 14 de abril ha acogido los XI Encuentros de Estudios Comarcales de Vegas Altas, La Serena y La Siberia, organizados por la Federación SISEVA, el Fondo Cultural Valeria y el Ayuntamiento de Campanario, que se han dedicado a esta temática y que han tenido una gran acogida por parte del público asistente.

Estos dos días se impartieron tres conferencias con este tema de fondo, al tiempo que también se organizó una mesa redonda con la presencia de cuatro tratantes de mulas de Campanario, algunos de los cuales siguen en activo.

Además, como colofón se llevó a cabo una recreación teatral de lo que fueron los tratos de mulas, ideada y representada por vecinos de la localidad. Una obra titulada 'En el mercado de Campanario. Romance de Merceditas y trato equino', que tuvo una gran acogida por el numeroso público asistente.

Además de estas actividades, durante estos días también se pudo visitar el santuario de Nuestra Señora de Piedraescrita, Patrona de la Serena, donde se celebró por primera vez en la comarca una misa bajo el rito hispano mozárabe, oficio en el que el jesuita campanariense Padre Faustino Arévalo destacó en el siglo XVIII con su recopilación y corrección de himnos. Concelebró el párroco de San Martín de Trujillo, Miguel Ángel Ventanas, y contó con la actuación del coro 'Ubi sunt?' de Mérida.

Unos encuentros salpicados de anécdotas, datos curiosos y que han dejado patente que los tratantes de Campanario tenían unas aptitudes idóneas que les hacían sobresalir del resto.

A los tratantes de mulas o ganado equino en general, se les conocía como chalanes y eran fácilmente reconocibles por sus características chambras. La chambra era una especie de blusa hasta la rodilla, abrochada en el cuello y sin solapas, de color negro en los de mayor edad y de tonos más claros en los jóvenes. Además de servir como protección a las otras prendas de vestir, formaba una barrera infranqueable con los chalecos y las fajas ante los numerosos carteristas que merodeaban por el rodeo.

Así lo recordaba en su conferencia del viernes el cronista oficial de Campanario, Bartolomé Díaz, que dejó claro que en los mejores tiempos todos los agricultores de la localidad combinaban sus labores agrícolas con las propias de los tratantes. De hecho, dejó datos curiosos. Y es que a mediados del siglo XIX, mientras que había unos 100 arrieros en Badajoz, 100 en Castuera, más de 90 en Quintana y unos 80 en Villanueva, en Campanario había casi 200. Asimismo, en el año 1852 había censadas en Campanario 1.200 mulas, algunas para la labor, quedando buena parte de ellas, entre 400 y 500, para el trato.

En las numerosas y variadas ferias, Bartolomé Díaz reconoció que los chalanes de Campanario se desenvolvieron como "auténticos maestros en el conocimiento del ganado y como verdaderos catedráticos" en el comercio del mismo. A través de anécdotas y de las triquiñuelas usadas, supieron desenvolverse con soltura en un mundo lleno de picaresca e ingenio que dio fama a los hombres campanarienses que consiguieron subsistir holgadamente en tiempos difíciles.

El cronista oficial, por ejemplo, recordó la anécdota protagonizada por un paisano. Después de desechar un chalán manchego una mula y retirarse del trato, entró al mismo un chalán campanariense que compró el équido. Se marchó a la posada, la preparó y la acicaló de tal manera, que a la mañana siguiente fue capaz de vendérsela al manchego que despreció al animal el día anterior. Eso sí, por un precio más elevado del que la había comprado y sellando el trato con un simple apretón de manos que, antes, era más efectivo que los contratos de papel de hoy en día.

Especialmente llamativa era la presencia de los campanarios en la feria de febrero de Villanueva de la Serena, que era una de las mejores de Extremadura. Llegaban con las reatas de mulas bien preparadas por sus expertas manos, para deslumbrar al más avezado y exigente de los posibles compradores como ellos sólo sabían hacerlo. Varios días antes del comienzo de la feria, alquilaban las cuadras apropiadas al número de animales que habían llevado andando desde Campanario por el camino que, a través de La Coronada, conducía hasta Villanueva. Y allí, a la hora del trato, iban varios campanarios juntos y todos apoyaban si convenía al paisano.

Durante el año, raro era el día que no hubiera compradores de mulas por Campanario. A la hora del trato, era un apartado importante la presentación de la mula. Debía estar bien comida, bien bebida, bien presentada y en tiempos de invierno se le echaba una manta por encima, para que se le asentara el pelo y luciera así brillante. Además, se les preparaba las crines, la cola (que era conveniente atarla a la hora de enseñarla para que el animal luciera bien los traseros) y a la hora de herrarla, el tratante solía asesorar al herrador para tratar de disimular los defectos que tuviera en la morfología. Luego, los compradores solían pedir ver a los animales andar, pasear y trotar y en estos menesteres era muy habitual el uso de una caña rota de abajo, que se hacía sonar para que el animal se pusiera en alerta aumentando su porte. A la hora de medir la talla, los campanarios solían espantar un poco a la mula, para que se creciera ante el comprador, al tiempo que siempre solían tener vista para colocar al animal en el sitio más alto.

El comprador siempre solía verle la dentadura al animal para saber su edad. Además, le 'echaba la barba' para saber lo que medía. Y una vez ajustado el precio, se le pasaban las manos por las orejas, para que la mula no cabeceara, se metía la mano en la 'bragá', al objeto de ver si la mula ahuecaba, y se le levantaba las patas. Si pasaban con éxito estas pruebas el animal era dócil y se cerraba el trato. Sin embargo, si no daba pruebas, era fácil que el trato se fuera al traste.

Algunos compradores, incluso, pedían probar a los animales enganchados en araos o carros. En este caso, las mulas que procedían de Andalucía, solían ser finas, y solo precisaba que le preparan las crines y la cola. Las del Norte solían ser más bastas, y a muchas les tenían que preparar los espolones y quitarla pelo, ya que eran más peludas.

Esta profesión que tanta gloria dio a Campanario empezó a agonizar con la entrada de la maquinaria al campo. Pero eso no quita para que Campanario muestre su orgullo por sus chalanes.

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