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Dos niños haciendo volar sus cariocas en el parque de Campanario.
Membrillos y cariocas

Membrillos y cariocas

"Ahora, en el campo, vocean pandillas de niños que persiguen pájaros o pisan caminos de hormigas, volviéndolas locas, mientras que las niñas se esparcen en grupos haciendo girar y girar sus cariocas para lanzarlas al azul del cielo"

Diego fernández gonzález 'piropo'

Miércoles, 26 de octubre 2016, 11:04

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Bajo el sol acanelado de esta tarde del primer domingo de octubre, me llegan, en ecos dispersos, recuerdos de voces y risas de niños y niñas que juegan en nuestras erillas, entre las pizarras que guardan aún polvo de las eras. Los granos perdidos están germinando y la hierba comienza a crecer en manchones que tiñen de verde los ásperos suelos.

Por la mañana, en la procesión de la Virgen o del Triunfo del Rosario- no en vano se conmemora la victoria naval sobre los turcos en La batalla de Lepanto-, muchos de ellos estrenaron chaqueta, pues va refrescando, y cantaron a coro el rosario y pasearon membrillos por calles y plazas. Algunas ancianas, asomadas a postigos y puertas, recordaban sus años más jóvenes, cuando, también ellas, en este día, paseaban por la Alameda y por las Eras, engalanadas con sus pañuelos del ramo y sus mantones de Manila o sus tocas de pelo cabra cuando el otoño llegaba más fresco. Hoy les toca admirar a sus nietos y nietas y reír con ellos cuando les cantan aquello de Felisa coge el membrillo/ que te lo quitan los muchachos

Ahora, en el campo, vocean pandillas de niños que persiguen pájaros o pisan caminos de hormigas, volviéndolas locas, mientras que las niñas se esparcen en grupos haciendo girar y girar sus cariocas para lanzarlas al azul del cielo. Suben y bajan, trazando colores en el aire fresco. Se cruzan, se enredan y dejan estelas alegres que, a veces, se quiebran, al romperse alguna.

Ayer compraron, en grupos, sus papeles de colores- cada niña un color- y, con sus madres cerca, fueron cortando y repartiendo el papel de seda y se afanaron en colocar la muñequilla de trapo, rellena de arena, y de pegar bien con pucha las tiras, para que no se rompieran, y de atar fuerte la cuerda, pero... ¡es tan frágil la belleza!

Por eso llora la niña y se desliza por su mejilla un hilillo de desconsuelo, aunque pronto se seca y la niña se olvida y la tarde sigue lloviendo cariocas.

-¿Quieres un mordisco?- Un niño le ofrece al amigo la luz del membrillo abierta en su mano. Su madre ha frotado y limpiado de pelusa su piel y la fruta es oro al sol de la tarde.

- A mí no me gusta, me sabe mu agrio, contesta el amigo con un gesto cómico.

- ¡Aerrr Y a mí también! Pero es el día del membrillo

Después, comienzan a jugar con ellos: a lanzárselos pasándoselos de uno a otro, a tirarse trozos, a patearlos como si fueran pelotas Y se olvidan, dejándolos abandonados, mordisqueada su madura belleza, prestando su aroma a la hierba, a la espera de servir de alimento a algún animal o a que el tiempo los pudra. Y se pierden en otros diversos juegos, carreras y risas: ¡en vida! Se nota que su acidez y su aspereza no son muy del agrado de sus paladares infantiles ¡Ah, si fuera chocolate!

Flota en el aire un olor a otoño, a humedad, a fuego encendido El sol del membrillo se va perdiendo entre las fachadas de cal, y niños y niñas, en grupos, frotándose las manos por la cercanía del fresco, toman, poco a poco, el camino de regreso. Abajo, en el pueblo, comienzan a sonar las campanas llamando a la misa de noche.

La oscuridad está cerca, pero aún les queda algún tiempo de juego pateando las calles. Un rato de seguir arrojando cariocas al aire, de arrebatárselas a las niñas para lanzarlas y prenderlas en los cordones de la luz o encajarlas en los tejados más altos, compitiendo por hacerlas llegar más arriba, más cerca de ese cielo que ya se ensombrece. Mañana serán como banderas de mil colores ondeando al viento y allí seguirán hasta que sople el gallego y la lluvia comience a caer y las arrastre con ella.

Los niños regresan a casa, corriendo la calle abajo- ¡A ver quien llega antes!- Percibiendo de lejos una tibieza de hogar que buscan con ansia. Prendido a sus ropas, el aroma a hierba y membrillos, los colores de otoño y de arco iris de papel, los sabores de una tarde alegre

Allí, les espera el calor de la lumbre o de las brasas de un brasero encendido, quizá con castañas tempranas- esperando Los Santos- asándose en ellas o tiernas bellotas: frutos de otoño que pondrán más sabor en sus paladares.

También les espera un amor de madre, cociendo membrillos para hacer el dulce o pensando cariocas.

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