Borrar
Alumnos que se graduaron este curso en el Bachillerato de Humaniades y Ciencias Sociales.
La mies dorada

La mies dorada

Cada final de curso reseteamos el sistema para poner el contador a cero, sabiendo que eso no es posible

Manuel Huertas Caballero 'Chico'

Jueves, 23 de junio 2016, 06:57

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La mies dorada, el trasiego del labriego en la cosecha, las largas horas de sol en tardes de primavera tardía, la marcha de la Virgen a su ermita, el grano en la era, ese olor seco a juncia y romero, y ese otro algo húmedo a mastranzo e hinojo avivan los sentidos a la cercanía del verano, y al final de otro curso escolar.

En Campanario, tras la feria de abril el tiempo se precipita sin remedio al final del curso. Los últimos exámenes se realizan con banda sonora gracias al piar de las crías de aviones que anidan bajo las tejas del centro, y los silencios de los pasillos relajante paseo por ellos durante las tareas lectivas- se truncan ahora en un sonoro y estridente bullicio con la salida de los estudiantes. Hoy se acaba el curso. La alegría incontenible en los rostros de los alumnos, incluso a pesar de resultados dispares, se mezcla con un sentimiento de melancolía y tristeza en mi corazón: otra vez se vanUn año más Ese vacío insonoro, hueco, hasta doloroso, que invade a un cuerpo cansado y triste.

Y otra vez sentimientos encontrados. De un lado la alegría que proporciona el deber cumplido, la tarea concluida, el rostro satisfecho de los jóvenes que han dedicado la mayor parte de sus días a escucharnos, a aprender, y que, como el actual anuncio televisivo, llevan un poquito de mí. La cercanía del merecido descanso veraniego, demasiado largo a decir de nuestra sociedad, el tiempo en familia y de balance y reflexión: las vueltas a las nuevas ideas para madurarlas, las nuevas estrategias para motivar a fulano, el cómo plasmar las nuevas propuestas curriculares en una evaluación cada vez más afectiva, porque cada vez los queremos más

Por otro lado, las incertidumbres que estos meses hemos ido amasando y las dudas que han sembrado en lo que hacemos, como avena loca en medio del sembrado: ¿Podría haber sido más generoso en eso? ¿Me equivoqué al decidir aquello? ¿Cómo motivaré a aquel, que vive horas muertas en el limbo del pupitre, el rincón y la ventana? ¿Orientamos bien al otro? ¿Quedó algo por poner de nuestra parte en aquello? ¿Adapté bien el trabajo a la nueva ley educativa y que esto nos lo tengamos que seguir preguntando cada curso, por los continuos cambios-? También al sentirlos más mayores, enviar a la universidad a algunos (45 este curso) o al mundo laboral; ver rostros que solo ayer eran niños de voces blancas y ahora ya tienen tintes graves de adulto; sentirte algo cansado y mayor, y ver que ellos, y nosotros, y yo, seguimos quemando etapas.

Enseñar, educar esa es mi vida. ¡Qué bien acerté al elegir desempeño! ¡Qué felicidad poder disfrutar mientras trabajo! ¡Y sentirse útil, qué regocijo produce! Los docentes somos, aun sin pretenderlo, forjadores de futuros, de sueños y desencantos, por eso debemos, como decía Platón, sacar lo bueno que hay en cada uno, abonando en ellos valores de esfuerzo, tesón, humildad y autoestima, orientar sin dirigir, enseñar sin coaccionar, permitir, en fin, que cada uno de ellos crezca sin estorbarlos, pero que sepan que el grano tiene que romperse para germinar, quebrarse para permitir que el embrión emerja sano y fuerte, y eche raíces y hojas y flores y frutos...

Cada final de curso reseteamos el sistema para poner el contador a cero, sabiendo que eso no es posible. Estas golondrinas aprendieron nuestros nombres, y en septiembre volverán. Y para que no nos olvidemos de ellas, mañana mismo veremos sus rostros en la calle, en el andamio, en el trabajo, en el despacho o comercio, y pasaremos los años lanzando una sonrisa cómplice entre quienes compartieron tiempos y afectos. Tiempos y afectosel roce hace el cariño.

Y, aunque sabemos que el grano abundante no depende solo de una buena siembra, porque necesita de buen suelo y lluvia a su tiempo, otra vez nos afanaremos por tener los aperos preparados, habremos seleccionado la mejor semilla, el suelo aireado en surcos y limpio de hierbas, la cabeza preparada para afrontar la tarea, y, mirando al cielo, vuelta a empezar.

Esto de educar es un poco como la paternidad, se comienza al conocer al alumno, pero terminará tan sólo cuando él lo decida. Unos marcharán, otros nuevos llegarán, y mientras, cada verano, acceder a ese estío reparador y de reflexión, para, otra vez en septiembre, volver a empezar. Masal final, lo importante será tan solo el cariño y la ilusión que pusimos en el intento.

Desear a todos un merecido descanso veraniego, que todos valoremos lo hecho y por hacer, que la mente descanse y se relaje y se prepare para hacernos más humanos, más personas, mejores personas, y que se cumplan los buenos sueños de todos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios